La vida es mucho más fácil cuando uno no tiene que ir negándose la verdad y escondiéndose del sufrimiento. Lo obvio, lo que existe en lo profundo de cada uno de nosotros tiende a manifestarse y acaba por salir a la superficie. Da igual lo que hagamos para evitarlo, ello acabará manifestándose de una u otra manera, mejor si dejamos de pelearnos con ello y así dejamos de luchar con nosotros mismos.
Frida Kahlo, con su capacidad para dar en lo preciso, decía que ´amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior´.
El peligro de esconderlo es precisamente que habite en un lugar recóndito de nuestro ser y que no se marche jamás. Que vaya y venga a la conciencia, que gobierne desde lo más oscuro y que vaya minando la energía. Que se convierta en algo que, sin uno saber, controla desde adentro, desde lo más profundo. Y lo más difícil, que cuando uno tiene un atisbo de conciencia, lo sienta. Este es el peligro, que encerrado tanto tiempo en el interior cuando uno lo siente es como un fantasma que asusta y revuelve las tripas.
Se convierte en un asunto pendiente, un asunto inconcluso que está pidiendo soltar, elaborar y procesar, poner fin, dejar atrás. ¿Para qué o para quién necesitamos esconder el dolor?
Es mucho más saludable y liviano conectar con él, dejarlo salir, reconocerlo y darle un lugar para poder despedirlo o buscar alguien con quien compartirlo si es demasiado pesado. Muchas maneras de expresarlo y transformarlo, muchas maneras de sanarlo; todas empezando por mirarlo. Incluso puede llegar a convertirse en un buen maestro, todo depende del compromiso con uno mismo y con su crecimiento.
Perder el miedo a sentir nos libera automáticamente de las prisiones en las que hemos estado viviendo durante mucho tiempo. ¿Qué puede pasar después de que uno cruce este límite? Conocerse, encontrarse. La libertad. El dominio sobre las emociones. Relaciones auténticas. La vida vivida en primera persona.
Nos vemos la próxima semana, feliz viernes!