Decía Fernando Pessoa esta frase tan cargada de significado ´Llevo conmigo las heridas de todas las batallas que he evitado´. A menudo las personas se constituyen como en una especie de armaduras donde a cambio de la protección y la necesidad de seguridad se esconden grandes anhelos de contacto y proximidad con los otros.
Estas armaduras, a cambio de una aparente protección, acaban lastimando a las personas que las llevan y haciéndolas sufrir; pues cuanto más uno se protege más se aleja de su esencia y del otro/otros, asegurándose por una parte no ser lastimado y/o no experimentar algo que puede vivir como una falta de afecto por ejemplo. En el conocido relato del principito este lo ilustra con la siguiente reflexión: “Es una locura odiar a todas las rosas sólo porque una te pinchó. Renunciar a todos tus sueños sólo porque uno de ellos no se cumplió”.
Podríamos decir que la distancia que separa a uno mismo de sí mismo y del contacto con el otro es proporcional a esta protección; a más protección uno se ponga más separación. Esta es una cuestión que se resuelve cuando uno abandona ´el miedo a ser herido´, cuando uno sabe que cuenta con recursos para poder enfrentar aquello que le puede molestar, doler, lastimar… cuando uno no tiene miedo a sentir y sabe en algún lugar en su interior que debajo de una retirada con esta armadura hay un corazón anhelando cercanía.
Hay un cuento que expresa de una manera simbólica lo anterior, se titula,´el corazón de las cebollas´, podría parecer un cuento para niños y sobre todo para ese niño que llevamos dentro cada uno de nosotros.
“Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales y toda clase de plantas.
Daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y frescura, y disfrutar escuchando el canto de los pájaros. Pero de pronto, un buen día, empezaron a nacer unas cebollas especiales. Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, azul, verde,…
Después de grandes investigaciones lograron descubrir que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón, una piedra preciosa. Una tenía una esmeralda, la otra un rubí, la otra un topacio, la de más allá un diamante… ¡Una verdadera maravilla!
Pero, por alguna razón incomprensible, aquello se vio como algo peligroso, intolerable, inadecuado y hasta vergonzoso. Total que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder su piedra preciosa e íntima. Pusieron capas y más capas para cubrirla, para disimular cómo eran por dentro.
Algunas cebollas llegaron a tener tantas capas que ya no se acordaban de lo hermoso que ocultaban debajo.
Poco a poco fueron convirtiéndose en unas cebollas comunes, como las que conocemos ahora, sin ese encanto especial que tenían.
Un día pasó por allí un niño al que le gustaba sentarse a la sombra del huerto. Pasaba tanto tiempo en él que llegó a entender el leguaje de las cebollas y a dialogar con ellas, y descubrió lo que había en lo profundo de sus corazones.
Comenzó a preguntarle a cada una:
–¿Por qué no eres como eres por dentro?
Y ellas le iban respondiendo:
– Me obligaron a ser así… – Me fueron poniendo capas… incluso yo me puse algunas para que no me dijeran… Algunas cebollas, las más tímidas, llegaron a cubrir su corazón hasta con diez capas, y ya ni se acordaban de por qué se pusieron las primeras capas.”
Ante esas respuestas, el niño entristeció y comenzó a llorar.
Desde entonces todo el mundo llora cuando una cebolla nos abre el corazón…”
Os dejo con esta historia que abre corazones… feliz viernes!