Demasiadas veces y de manera sistemática incurrimos en la queja. Ya sea que lo hagamos explícito, es decir, que lo verbalicemos cuando conversamos con otros, ya sea que lo guardemos para nosotros y lo llevemos como un monólogo mental en el que nos compadecemos de nosotros mismos, lamentándonos de nuestra mala suerte o circunstancias.
¿Recuerdas cuándo fue la última vez que te quejaste o te lamentaste de tus circunstancias? ¿Recuerdas que hiciste acto seguido?
Nada. Sencillamente nada. ¿Por qué? Porque si de algo sirve la queja es para que no te muevas de dónde estás, para que sientas que la vida no es justa y/o sientas que no has tenido las mismas oportunidades que otros.
La queja nos mantiene anclados a dónde estamos, nos consume la energía y nos hace posicionarnos como víctimas en lugar de ser protagonistas de nuestras vidas.
¿Qué hay en el fondo de la queja? ¿Qué es lo que no vemos? En el fondo la queja es un indicativo de insatisfacción, de que hay una necesidad en nosotros sin cubrir. Hay algo en nuestras vidas que no nos satisface como está o falta algo que no tenemos.
La queja es el resultado de renunciar a hacer algo que anhelamos o también puede ser el resultado de hacer algo que no nos satisface o va en contra de nosotros mismos, y que, en lugar de abordarlo nos mantiene en una actitud derrotista.
Una cosa es sentirse triste, dolido o desesperanzado porque algo que es valioso o importante para uno no puede ser posible; vivir las emociones que lo acompañan y cerrar un ciclo; otra bien diferente es quejarse y auto-compadecerse perpetuamente esperando que algún día el simple hecho de pensar que es injusto lo que a uno le pasa haga que la suerte y el ´destino´ cambien los vientos.
Stephen Covey dice: ´Yo no soy un producto de mis circunstancias. Soy un producto de mis decisiones´.
Y tú, ¿de qué eres producto?
Feliz viernes!
Pingback: Apropiarnos de nuestros sentimientos | IRENECALATAYUD