El té de mediodía, el olor del pan recién hecho, la lluvia, el sonido de las hojas al andar, el camino de vuelta a casa, una madre abrazando a su hijo… “cada momento es único, no hay instantes vacíos” dice Dan Millman. Uno puede vivir dormido en medio de auténticos placeres buscando sentirse vivo con “la idea” de felicidad; un vivir ausente, de uno mismo y del mundo que le rodea.
Dice Ernesto Sabato ´Tenemos que reaprender lo que es gozar. Estamos tan desorientados que creemos que gozar es ir de compras. Un lujo verdadero es un encuentro humano, un momento de silencio ante la creación, el gozo de una obra de arte o de un trabajo bien hecho´.
Muchas veces he escuchado y leído por ahí esto de disfrutar de las pequeñas cosas como un consejo para sentirse pleno; sin embargo para mí más que ser algo que provoque la plenitud es una consecuencia inmediata de sentirse pleno cuando vivimos el presente.
¿Cuántas veces en el día observas, sientes y disfrutas de cualquier instante? Demasiado llenos de demasiadas cosas andamos con nuestra cháchara mental que absorbe la atención y energía de estos lujos. Contadas son las veces que algo nos saca brevemente de los diálogos internos y rompe de forma drástica con nuestra repetición mental de costumbre.
Para sentir el disfrute hay que liberarse de aquellas cosas que nos distraen y que fueron añadiéndose a medida que crecimos.
Las pequeñas cosas, que no tienen nada de pequeñas, (a mí me gusta llamarlas así porque suelen pasan desapercibidas a nuestros sentidos) tienen la capacidad de evocar momentos únicos donde uno encuentra inspiración y entra en sintonía con la vida, se conecta con su parte más sublime.
Esta es su verdadera grandeza, la capacidad de despertar en nosotros el sentirnos vivos. De repente no son necesarias grandes cosas para sentir más y más, cuando uno descubre que la vida en su interior estaba esperando a florecer. Con su grandeza, es entonces cuando uno se contagia de vida.
Feliz viernes amigos!