¿Qué hace que un niño esté satisfecho consigo, con los demás y con la vida? ¿Qué fomenta la confianza en sí mismo? ¿Qué papel juegan los adultos en su crecimiento?
Aunque podríamos hablar largo y tendido sobre esto y es cierto que hay muchos factores que van a influir en ella, hay una premisa básica para que un niño crezca con una autoestima saludable: la satisfacción de sus necesidades. Esto no significa como muchas veces se presta a confusión, darle al niño todo lo que pide o todo lo que desea.
De hecho una de las necesidades que tienen los niños es aprender a establecer límites sanos consigo y con los demás y aprender a que la gratificación no es inmediata, como un tema cada vez más candente en esta sociedad del clic donde cada vez más la demora es tolerada con dificultad.
Cuando hablamos de la satisfacción de sus necesidades hablamos de necesidades básicas, fisiológicas, de seguridad, de amor, etc. En cada estadio evolutivo van a estar presentes más unas que otras, el niño/a con sus emociones y la gestión de las mismas va señalando que es lo importante para él/ella en cada momento.
Los niños necesitan a sus padres o sus figuras de apego para poder satisfacer sus necesidades, sin ellos, no es posible.
Una de las necesidades que van a influir en que el niño/a tenga una autoestima saludable es reforzar el sentimiento del yo, de que puede ser él en esencia; sentir, expresarse y comunicarse con su propia naturaleza; de que no tiene que ser algo diferente a lo que es, es decir, que es maravilloso en su esencia, aunque existan cosas que el adulto considere que sería mejor hacerlas de otra manera. En este punto los padres sin poner a revisión dicen al niño cómo debería de actuar o afrontar las cosas con la mejor intención de aportarle a su hijo/a soluciones, educarle, pensar que el niño no sabe y que lo que su hijo haga depende de lo que le enseñen sus padres. Este sentido de responsabilidad tan elevado que hace que se haga más de lo que sería necesario.
Muchas veces se sobreactúa sin advertir que el niño/a tiene sus propias respuestas y maneras de resolver las situaciones. Cuando esto no es visto por los adultos se invalida su actitud y el niño/a adopta otras respuestas que no son suyas sin experimentar esos recursos y esa parte genuina de él/ella.
Para poder entender su manera de proceder hay que indagar en esas necesidades, ¿qué le lleva a hacerlo de esta manera? ¿qué le sucede al adulto con ´esa´ manera de proceder?
Un texto muy acertado señala así: “Cuando nosotros los adultos, pensamos en los niños, hay una simple verdad que ignoramos: la infancia no es una preparación para la vida, la infancia es vida. Los niños están constantemente confrontados con la insistente pregunta: ¿Qué vas a ser? Valiente sería el niño que, mirando al adulto a la cara, dijera “Yo no voy a ser nada, Yo ya soy”. Los adultos nos sorprenderíamos ante una respuesta tan “insolente”, porque hemos olvidado, si es que alguna vez lo supimos que un niño es un miembro y participante activo de la sociedad desde el momento de su nacimiento. La infancia no es una etapa en la que se moldea a un ser humano que luego va a vivir la vida, los niños son seres humanos que están viviendo la vida ningún pequeño perderá el entusiasmo y la alegría de vivir a menos que le sea negado por adultos convencidos de que la infancia es un período de preparación”. (Profesor T. Ripaldi).
Os dejo con estas reflexiones esperando que susciten nuevas miradas, feliz viernes!