Si algo hacemos con frecuencia es decidir. Todos los días tomamos decisiones, algunas de ellas conscientes, otras más automáticas; algunas veces con más trascendencia, otras con menos.
Muchas veces tenemos urgencia por decidir, bien sea porque estamos al límite de una situación difícil de sostener, bien sea porque nos embarga una emoción que nos resulta desagradable o bien por otros motivos. Desde la ´urgencia´ y la ´necesidad´ de aliviarla decidimos y puede que pasado un tiempo nos cuestionemos… ¿por qué decidí yo aquello? ¿qué es lo que me impulsó a elegir lo que hice?
En una cultura donde imperan las prisas las emociones no están exentas. Demasiadas veces nos molestan y nos incomodan ciertos estados internos o asuntos que queremos cerrar cuanto antes mejor: ´No hay tiempo que perder´.
Una relación de pareja donde uno está en conflicto agudo, un trabajo en el que hay situaciones que uno ya no soporta más… acaba dándose lo que llamamos disonancia cognitiva, un estado de tensión psicológica e incomodidad que ´obliga´ a la persona a tomar un camino u otro.
En el ansia de tranquilidad y paz, tendemos a decidir desde lo vivido en el momento. Si estamos enfadados desde el enfado, si estamos tristes desde la tristeza, si estamos desolados desde la desolación… Desde ese estado en el que nos encontramos sentimos que al optar por cierta decisión estaremos tranquilos. Pero a veces no ocurre así después de un tiempo. Descartes decía, ´pienso, luego existo´, pues bien, aquí sería algo así como ´siento, luego decido´.
Una decisión tomada desde de la intranquilidad va a producir intranquilidad. Una decisión tomada desde la paz va a producir paz. El estado emocional con el que vivimos en cada instante condiciona la experiencia y las elecciones que tomamos. Que importante resulta respirar en ese momento y sostener, ya es bastante con sentir lo que sentimos, dejémonos un poco en paz y démonos permiso para decidir desde la calma. Démonos tiempo.
Las emociones tienen su vida y su ritmo, no la vida y el ritmo que queremos que tengan. Siguen un curso y nos hablan de nuestras necesidades. Cuando una emoción es muy intensa se produce lo que llamamos secuestro emocional o secuestro amigdalino, ahí nuestro control racional ha desaparecido por completo durante un lapso de tiempo y nuestra amígdala ha tomado el mando disparando nuestros impulsos más primitivos.
Aprender a sostener las diferentes emociones para después poder saber que vinieron a decirnos nos permite tomar decisiones que nos satisfagan. Cuando nos damos el permiso de vivir a nuestro ritmo, a nuestro tiempo y a nuestra necesidad, no hay decisión que pueda ser errada, pues ha pasado por el filtro de la conciencia, decidimos desde la libertad y no desde la impulsividad.
Feliz viernes!