A menudo esperamos y planeamos inconscientemente darles a nuestros niños lo que nosotros no tuvimos. Tanto los padres con los hijos como los profesores con los alumnos intentamos educarles de acuerdo a unos valores y a unos principios. Queremos orientar su bienestar y su felicidad de acuerdo a unos referentes, a unas necesidades…muchas veces más nuestras que de ellos.
´Cuando crezca él/ella estudiará, tendrá un trabajo digno´, ´le enseñaré a poner límites y a defenderse´, ´cuidaré su alimentación para que en el colegio no se burlen de él…´, ´me sentaré todos los días a hacer los deberes por si tiene dudas´, ´no dejaré que le afecten las cosas´, etc. Estos son solo algunos ejemplos expresados; no es que los pensemos así literalmente tal cual están escritos, puede que sí o puede que no. De cualquier manera albergan esperanza y buenas intenciones. Ahora bien, las buenas intenciones a veces son sólo eso: buenas intenciones.
¿Qué nos lleva a esperar de esta manera? ¿Qué sentido tiene para nosotros y para ellos? ¿De qué manera puede influir el hecho de no darnos cuenta de ello?
Frecuentemente pensamos que podemos protegerlos frente a las circunstancias de la vida; pensamos que podemos hacer que no tengan miedos, que tal método/proceso de educación hará de ellos personas seguras, competentes, etc. Algunas veces creemos que el hecho de que se les refuerce y se comparta mucho tiempo con ellos hará que se sientan importantes y se quieran.
Tendemos a pensar que lo que hacemos con ellos determinará un resultado concreto, si actuamos de tal forma, conseguiremos que respondan de tal forma. A veces esto es vivido con mucha angustia (no saber qué hacer) o mucha culpa (muchos padres tienen la firme creencia que si hubiesen hecho esto en lugar de aquello el resultado hubiese sido distinto). Libros de autoayuda, pautas de profesionales… cuantas veces en vano porque hay una parte donde no podemos intervenir: la vida. Olvidamos que la vida y lo que en ella sucede también se encarga de prepararnos a medida que vamos creciendo.
Los miedos, las pérdidas de seres queridos, los desengaños amorosos, las amistades que se acaban, las críticas… ¿Cómo podemos prepararlos si no lo experimentan? ¿Estamos nosotros preparados para ello o tenemos temas pendientes?
A veces tememos que los niños experimenten ciertas situaciones vitales donde se frustren, se sientan solos, rechazados, sientan determinados miedos…y actuamos y educamos desde estos temores. Repetimos patrones inconscientes orientados a evitar estas situaciones creyendo que así les ayudaremos.
Los adultos también hemos sido niños y hemos experimentado situaciones difíciles… nuestra manera de educar está sustentada por creencias y convicciones que se derivan de las experiencias vividas.
El hecho de que nos demos cuenta y nos conozcamos hace que no eduquemos a nuestros hijos desde nuestras necesidades por resolver, sino desde lo que ellos precisan. Saber, que de alguna manera llegamos a donde llegamos, y como suelo decir en terapia, la vida se encargará del resto.
Os dejo con estas reflexiones de viernes, feliz fin de semana!