Con bastante frecuencia solemos encontrarnos en épocas de la vida donde acabamos haciendo algo que no queríamos hacer. Queremos cambiar las bombillas que llevan tres meses en el cajón, ordenar los apuntes de aquella formación que hicimos en su día, quedar de una vez con los compañeros del trabajo anterior, etc. pero en lugar de eso acabamos haciendo cualquier otra cosa que no queremos hacer (casi siempre la misma).
A veces esto es simplemente cuestión de prioridades…queremos hacer algo pero la realidad es que necesitamos hacer otra cosa: descansar, ir de viaje, pasar unos días con la familia o quedar con ese amigo que vive fuera y ha vuelto unos días…
En el caso anterior las necesidades van primero que los deseos…sin embargo ¿qué pasa cuando posponer continuamente se convierte en una rutina? Esa sensación de asuntos por terminar, por empezar, organizar, cerrar… Esa sensación sobre todo en asuntos vitales como aplazar el iniciar una actividad de ocio que nos encanta (cuando el niño sea mayor por ejemplo), empezar un proyecto laboral (cuando ahorre un poco más nos decimos) o en la pareja abordar un tema difícil “mientras me quede paciencia”. ¿Qué hay detrás de la postergación?
A veces hay personas que tienen la sensación de no estar viviendo sus vidas, es como una sensación de acabar haciendo siempre lo mismo, algo que en el fondo no se desea pero que no hay manera alguna de dejar de hacer… de lo que parece uno no tiene control. “Se me escapa de las manos”, “es inevitable…”, “no quiero pero no tengo otra opción…”.
Paradójicamente cuando más uno quiere hacer lo pospuesto y más se exige menos lo hace. Puesto que la exigencia no acepta un no por respuesta y la realidad es el “no” continuamos luchando incansablemente por lo que queremos hacer y no hacemos.
En esta lucha sin horizonte a la vista repetimos rutinas, repetimos tendencias hacia…, repetimos actitudes y repetimos lo que llamamos los mismos ´errores´. Entramos en bucle, pues en la rueda de exigir y no cumplir sale la culpa, la frustración, la rabia, la impotencia….y un conjunto de sentimientos que nos llevan a veces a la desesperación, a veces a la resignación.
Bajo estas posposiciones hay excusas y justificaciones, y también normas. Normas de las que no somos conscientes y que van en nuestros diálogos internos, hace unas semanas hablaba de ellos. ¿A qué o a quién obedecemos? ¿Qué hay de necesidad en lo que acabamos repitiendo? ¿Qué función hace eso en nuestras vidas?
Vivir en automático, como yo lo llamo, es vivir en una especie de programación, con códigos que seguimos de los que no somos conscientes. De esta manera tenemos ciertas inclinaciones y tendencias en las creencias, principios, valores, maneras de actuar… que son incorporadas en nuestro proceso de socialización y no son nuestras, de las que no somos conscientes ya que cuando las incorporamos no fueron asimiladas sino añadidas sin más.
Darse cuenta e identificar estos códigos nos permite descubrir lo que interfiere y entonces la lucha cesa. No hay que hacer nada, sólo elegir y dejar de hacer lo que ya no tiene sentido seguir haciendo.
Os dejo con estas reflexiones de una mañana de viernes, felices fiestas!