Una de las mayores causas del sufrimiento es la resignación y el abandono de todo propósito genuino. Existe una tendencia muy generalizada a atribuir los errores, las desdichas y el malestar a la «mala suerte».
No alcanzar lo que uno más desea en el mundo es una fuente importante de frustración si no se hace una atribución adecuada de las causas.
Uno de los motivos por los que se le atribuye al azar no conseguir lo que se anhela es precisamente la dificultad de gestionar el error. Resulta más fácil atribuir que no se ha conseguido algo por razones externas y azarosas, que cargar con la responsabilidad de no haberlo conseguido; tal vez por la manera en la que se asume dicha carga.
En todo caso, esta atribución externa produce indefensión y pasividad, factores que destruyen cualquier propósito por muy bueno que sea.
Las oportunidades para conseguir aquello que se anhela nacen creando nuevas circunstancias. Como decía Albert Einstein: «No esperes resultados diferentes si siempre haces lo mismo».
Hacer algo diferente a lo que estábamos haciendo es crear nuevas circunstancias, es sembrar oportunidades. Es empezar plantando la semilla que alberga el propósito, y con los cuidados adecuados y las condiciones que precisa empezará a crecer.
El azar deja de importar y el poder personal comienza a tomar lugar. Y un día, observamos, con gran satisfacción, que aquello que parecía imposible es ahora parte de nosotros.